Terminaba yo de leer el ensayo de Vargas Llosa sobre la novela Madame Bovary, titulado: La orgía perpetua. Esa lectura despertó mi interés por la famosa novela de Flaubert. Recordé que mi esposa es fanática de la literatura europea, muy especialmente de la francesa y la inglesa. A dicho escritor ella lo había mencionado muchas veces por lo que yo no dudaba que la tal obra estuviera en su colección.
Ya era más de medianoche, tenía algo de sueño; no obstante, fui en busca del libro, confiaba en que lo hallaría sin problema. Efectivamente allí estaba. Sacudí el polvo pero al hacerlo abrí sin intención el libro, entonces cayó un pequeño trozo de papel doblado. Recogí el papel, lo leí y luego lo introduje nuevamente entre las páginas. Contenía un número de teléfono, la hora 2 pm y la palabra: Colina…. En ese momento no le presté mayor importancia.
Regresé a mi poltrona favorita y comencé a leer. Una pasada rasante por el prólogo y las notas de la traducción de la novela. El sueño ya me dominaba pero una curiosidad, o corazonada, me llevó otra vez al pequeño papel. En esta ocasión traté de darle un sentido a todo lo escrito. Lucía como una nota para una cita. Un número de teléfono, una hora, y lo que parecía el apellido de alguien. La primera deducción, malsana, que pasó por mi mente es que podía tratarse de una nota que alguien le dio a mi esposa, para encontrarse, tal vez de un amigo, o tal vez de un amante. Pero, me pregunté: « ¿Sería Ányela capaz de tal cosa?»
Durante los siguientes días me rondó obsesivamente la idea de que Ányela había tenido, y quizás mantenía, un amante. Eso podría explicar el origen de nuestra crisis que desde hacía algún tiempo se había enquistado en nuestra relación… Entonces, decidí investigar e ir más lejos.
Esperé pacientemente a que ella entrara al baño a tomar una ducha para yo atreverme a algo que nunca antes necesité hacer: revisar el teléfono de mi esposa. Aguardé hasta comprobar que se oyera el agua de la ducha, tomé el teléfono que encontré en la mesa de noche del lado de ella. Una suerte de fobia y vergüenza me recorría el cuerpo; sin embargo, la posibilidad de que me descubriera era opacada por el miedo de encontrar algo revelador. Esa mezcla de miedo y escrúpulos entorpecían la afanosa búsqueda de posibles pistas… Después de todo, no encontré nada que pudiera delatarla, el número en cuestión no estaba en su agenda, ningún mensaje que la comprometiera. Sentí alivio pero no fue suficiente para descartar mis sospechas o disipar las dudas de que algo extraño escondía ese papel.
Pasaban los días mientras yo seguía con cuidado todo el comportamiento de mi esposa. Traté de mantenerme sereno y evité a toda costa cualquier enfrentamiento, sobre todo alejé la idea de pedirle explicaciones sobre el sospechoso papel, quería estar preparado para el momento que considerara oportuno confrontarla.
Transcurridas dos semanas, sin nada que pudiera arrojar luces o calmar mis mortificantes dudas, decidí pasar por un centro público de telefonía para hacer una llamada, anónima, a la persona de aquel número; todavía no sabía que podía lograr con escuchar la voz del hombre que se acostaba con mi esposa. Preparé cuidadosamente un guión y varias posibles respuestas. Llegado el momento de hacer la llamada, respiré profundamente y marqué el bendito número… Después de unos momentos comenzó a repicar… Para mí desconcierto salió la voz de una mujer. Esto no estaba en mis cálculos ni lo consideré en el plan bien memorizado. La mujer dijo «Aló», amablemente, pero al no obtener una respuesta inmediata insistió con otro aló, esta vez más enérgico. Traté de recuperarme del imprevisto y balbuceando repliqué:
—Buenas tardes. —y tras una breve pausa agregué:
—Disculpe creo que me equivoqué de número… tal vez lo anoté mal. —Para aumentar mi sorpresa ella no colgó sino que deslizó otra pregunta, con la misma amabilidad:
— ¿Con quién querías hablar? —le respondí que no tenía importancia y reiteré mi disculpa.
Yo ya había dado por terminada la comunicación cuando la amable dama preguntó como si existiera confianza entre nosotros:
— ¿Puedo saber tu nombre? —Ahora su voz me pareció familiar pero mi mente aún seguía perturbada por el incidente, solo quería huir de aquella situación. Ella, sin esperar respuesta, continuó con otra pregunta:
— ¿Eres tú, Raúl? —Esta vez quedé perplejo. Sentí como mi corazón se iba acelerando progresivamente y un frío recorrió todo mi cuerpo… Le respondí afirmativamente, como un autómata. Entonces ella se mostró emocionada y comenzó a hacer las preguntas de rigor, sin detenerse… De pronto comprendí la razón y significado de aquel trozo de papel. Acababa yo de llamar a una vieja amiga. Debían haber pasado al menos dos años de nuestra última conversación. Recordé, sin ninguna duda, que aquella anotación me la había entregado ella antes de que yo fuera por primera vez a su casa, de nombre Colina. Allí pasamos tardes entregados a la diversión y el buen sexo… De alguna manera ese papel había ido a parar a las manos de mi esposa… No quiero imaginar lo que pudo haber encontrado en mi celular…